La
cultura cubana es tan rica y diversa que es fácil sentirse orgulloso de ella.
No se trata de un chovinismo barato sino de un sentimiento tan puro y autóctono
que sería imposible mirar a un lado sin darse cuenta de todos los valores
culturales que poseemos. Desde el mismo momento en que el Almirante Cristóbal
Colón descubrió a ésta, “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”,
comenzó un coqueteo continuo entre lo bello, lo natural y lo auténtico. Se
reflejó en la literatura, en las artes plásticas, en la música y hasta en la
manera de hablar. Claro que no fue un proceso de unos pocos días. Tuvo que
pasar mucho tiempo para que la palabra “criollo” surgiera y el sentimiento de
identidad hacia este sitio germinara con raíces profundas y con ramas que
buscaban tocar el cielo.
Sería
imposible atrapar en un puñado de ideas todo el proceso de transculturación,
del surgimiento de nuestra identidad o de la evolución cultural cubana. Pero sí
podemos decir, en este siglo XXI, cuán orgullosos nos sentimos de lo que somos
para abrirnos camino hacia lo que queremos ser. Se trata de identificar las
pautas de un pasado desde este presente tan diverso y así construir con el
esfuerzo de todas y todos el pequeño trillo que queremos que transiten las
futuras generaciones de cubanos.
¿Qué
somos? ¿Una mezcla de negros y blancos? ¿El resultado de combinar a Oshún con
la Virgen de la Caridad del Cobre? ¿El negrito del teatro bufo como primer
indicio de una escena nacional? ¿La Gitana Tropical de Carlos Enríquez marcando
un antes y un después? ¿Las palmas de la poesía de Heredia? Claro que sí.
Debemos sentirnos orgullosos de eso, porque trazan un hilo conductor coherente
dentro de una nación que se forjó entre el tabaco y la caña de azúcar al ritmo
del punto cubano. Somos hijos de un archipiélago que con sus características
peculiares tiene espacio para todos los gustos. Precisamente en nuestra
diversidad está el secreto de tanto éxito.
Las
mujeres cubanas tienen su encanto al caminar, los hombres gesticulan
exageradamente para hablar, todos nos reímos de nuestras mayores desdichas,
aprendemos a rectificar en la marcha, nadie mejor que nosotros para hacer
cualquier cosa, lo mismo un sombrero de yarey que una nave espacial. Somos los
mejores solo porque lo decimos. Sentimos que la sangre se nos sube a la cabeza
cuando alguien nos quiere quitar la razón. Somos tan originales que aun estando
fuera de Cuba seguimos añorando el buchito de café mezclado con chícharo o
aquellos muñequitos rusos que nadie soportaba pero que nos entretenían.
Somos
así, y no porque lo escogimos, sino porque el azar y el destino quisieron que
naciéramos en este sitio. Hoy no importa donde vivamos. Seguimos siendo cubanos
con todo lo que ello implica. Es por eso que las miradas se vuelcan hacia
nosotros cuando abrimos esta boca santa solo para decir “hola”. Somos así y no
podemos lamentarnos. Tenemos sandunga en las venas, tenemos de congo y
carabalí, somos la mezcla perfecta que todo alquimista hubiese querido obtener.
Somos tan auténticos que si naciera otro igual a nosotros seríamos capaces de
consultarnos por la madrugada solo para quitar del camino a ese otro que nos
hace sombra.
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